Maternidad
Maternidad

Maternidad de Isabel Ros Yepes. Ganadora de la XII edición www.excelencialiteraria.com

 

Apenas llevaba tres días con ella en brazos y ya se arrepentía.

«¿Cómo es posible que haya personas que vivan de semejante manera durante años?». No le cabía en la cabeza.

Apretó con fuerza a su hijita contra su pecho, y con desesperanza bajó la cabeza para observarla. Unos ojos grisáceos le devolvieron la mirada. Reflejaban tal inocencia que le hicieron llorar.

«¿Qué decía el libro que tengo que hacer ahora?».

No lo recordaba. Nueve meses esclava de una oposición para que, llegado el momento, no pudiera superar aquella prueba de fuego.

Siguió meciéndose mientras luchaba por hacer memoria de lo que había leído, por enésima vez, aquella misma mañana.

Desde la cocina, dos personas observaban aquel triste proceso. Él, apoyado sobre el mueble y con cara de circunstancias, fruncía el ceño levemente cada vez que su esposa gruñía por lo bajo. Aquello no le estaba gustando. A su lado, a medio camino entre la pantalla del móvil y su hermana, estaba la cuñada. Ella tampoco entendía la frustración de la chica, pero se consideraba ajena al problema. Dio un codazo al hombre y con la cabeza, sin dejar de mirar al dispositivo, le animó a atender a su pequeña familia.

–Teresa.

–¿Qué?

­–¿Quieres…?

–No.

–Pero…

–Que no, Miguel, que no. Déjame, que yo me ocupo.

–¡Pero, mujer!

–¿Qué? –le retó con una mirada de reproche.

–Que si quieres ayuda –le dijo con rapidez, antes de que ella lo pudiera interrumpir.

–¡Que no! –su llanto subió de volumen– Lo siento, pero no. Gracias, cariño. Creo que lo voy controlando –suspiró.

–¿Seguro?

–¿Cómo puedes ser tan pesado, Dios mío?

–Es que te veo cansada, y…

–Ves bien, porque lo estoy.

–Quizás necesitas sentarte, dejarme cambiar el pañal a la niña mientras te tomas algo caliente.

–¿Vuelve a oler mal?

–Sí.

Suspiró de nuevo y miró con fatiga al bebé. Enseguida, alzó los ojos, derrotada, hacia su esposo.

–Vamos, cielo, pásame a nuestra princesa y siéntate –él porfió.

–Vale –se rindió al fin.

Un silencio se alargó un par de minutos. Luego hubo risas y pedorretas del joven sobre la suave tripita de su hija. Y un suspiró más en la sala.

–Teresa.

–¿Sí, Alejandra?

–Tranquila.

–¿Por qué lo dices?

–Te tensas cada vez que Miguel juega con la niña.

–¡Se le da tan bien!

–Tiene experiencia.

–Ya.

–¿Qué te pasa?

–Tengo miedo.

–¿De qué?

Se cruzaron las miradas.

–Sabes que eso no va a pasar, Tere.

–Nada es seguro, ¿sabes?

–Tú no eres así, créeme. No bebes, no fumas, adoras a tu marido, te morías de alegría de tener una hija y te brillan los ojos cuando hablas de ella.

Isabel Ros
Isabel Ros

–Pero no soy capaz de olerla cuando necesita que le cambie el pañal.

–Eso no te hace mala madre, Teresa –le sonrió–. Te hace incluso mejor.

–Soy una tonta discapacitada.

–Pues con tu discapacidad y todo, es fácil entender que la quieres con locura.

 

 

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