Entrevista a Javier Negrete, autor de ‘Los idus de enero’: «Somos mucho menos violentos y valoramos mucho más la vida que los romanos»

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Los idus de enero
Javier Negrete

Sostiene el escritor Javier Negrete (Madrid, 1964)  que cuando menos se enseñan la historia y la cultura del mundo antiguo en las aulas, mayor es la curiosidad que siente la gente. Esa curiosidad es la que viene a saciar, al menos en parte, Los idus de enero (HarperCollins Ibérica). En parte, decimos, porque lo sustancial de esta novela es que es eso, ficción, y que crea una versión del mundo que fue, para que los lectores puedan recrearlo también a su manera.

P. Eres profesor de griego… Hay quien pensará que eso es como no estar en el mundo. ¿Cómo es tu trabajo, cómo son tus alumnos?

R. Es verdad que ser profesor de griego me convierte en una especie de bicho raro. ¡Aunque no en una especie en peligro de extinción, la llama se mantiene! Mi trabajo es como el de otro profesor cualquiera, aunque dejo la pizarra llena de símbolos raros para no ser menos que los de Física 😉 Mis alumnos —en este curso alumnas— son de Bachillerato, por lo que ya tienen más madurez que en la ESO y además estudian Griego porque quieren. La verdad es que es un placer trabajar con ellas.

P. Has pasado por varios géneros literarios. Cuando te pones a escribir, ¿la historia marca el género o eliges antes al público y piensas entonces algo para él?

R. Son la historia y los personajes los que me dirigen a mí. También es cierto que, antes de emprender cada novela, discuto sobre las diversas posibilidades con mis editores. ¡Hay tantas historias posibles flotando en el limbo! Pero no me planteo demasiado un sector concreto de público. El primer lector al que tengo que convencer es a mí mismo. Diría que eso nos ocurre a todos los escritores, pero la verdad es que hay algunos a los que se les nota demasiado que en lugar de escribir una novela están fabricando un producto con un target. Yo procuro entregarme sin filtros en lo que escribo… lo que hace que sufra bastante mientras lo hago.

P. Ahora venimos a descubrir que idus no son solo unas fechas de marzo…

R. Cierto. Los romanos, tan peculiares ellos, señalaban con nombre tres fechas concretas de cada mes. Las kalendas, el primer día. Las nonas, que eran el día 7 en marzo, mayo, julio y octubre y 5 en los demás meses. Y los idus, que eran el 15 en los cuatro meses citados y el 13 en los demás. Para el resto de las fechas, señalaban cuántos días quedaban para el hito del mes más cercano. De modo que el día marcado por el título de mi novela es el 13 de enero del año 121 a.C.

Los idus de enero
Los idus de enero

P. ¿Cómo trabajas la creación de tus personajes, cómo hacer de ellos seres accesibles para el lector del siglo XXI?

R. Procuro ponerles primero cara, cuerpo. Con eso ya empiezo a soltarlos, a ver cómo se mueven, cómo hablan. Cuando son personajes importantes, me meto en sus cabezas, convirtiéndolos en el punto de vista de sus propias escenas, y trato de comprender sus vidas y sus motivaciones. Qué quieren, qué tienen, qué les falta. Cuáles son sus anhelos y necesidades, y también sus sombras. Quiénes les ayudan y, sobre todo, quiénes son sus adversarios. En fin, trato de descubrir a unos seres humanos con los que, pese a las diferencias —procuro que el ambiente, las ideas, el caldo de cultivo en que crecen y se reproducen estos personajes sea el de la época—, podamos identificarnos hoy.

P. ¿Y la creación de los escenarios? Es un mundo del que tenemos noticia, y restos, que nos permiten hacernos una idea, pero no deja de ser un mundo remoto…

R. La arqueología ayuda mucho a crear esos escenarios. Sobre todo cuando se complementa con los trabajos de ilustradores como Peter Connolly, por ejemplo, o los que encontramos en las magníficas monografías de Osprey y otros libros similares. Reconozco que también me detengo a estudiar imágenes de series como Roma, de HBO. Pero, sobre todo, me ayudan los propios autores romanos. Sobre todo en las sátiras, con sus descripciones de las molestias cotidianas, los apartamentos, los vinos baratos, etc. Gracias a su atención a los detalles, podemos reconstruir con cierta verosimilitud ese mundo remoto, pero a la vez cercano.

P. Las mismas pasiones, las mismas virtudes, los mismos defectos. ¿No hemos cambiado nada?

R. Sí, claro que hemos cambiado. Al menos, en nuestra sociedad, la española del siglo XXI. Pese a la polarización de la que se habla y la agresividad que destila el lenguaje público, somos mucho menos violentos y valoramos mucho más la vida —incluida la nuestra propia, claro está— que los romanos de finales de la República. Incluso el humor de aquella época era mucho más cruel que el nuestro. Por otra parte, si uno lee poemas, obras de teatro o incluso tratados filosóficos de entonces, descubre que en aquel entonces también había lugar para la ternura, el amor y la búsqueda de la belleza.

P. ¿Es la ficción un arma poderosa para no olvidar el mundo que fue, y del que venimos?

R. Si esa ficción tiene calidad y verdad, sí. Y con “verdad” no me refiero a narrar los acontecimientos tal como fueron, ya que eso es imposible incluso en el ensayo histórico, que no deja de seleccionar hechos y recrearlos en cierta medida al referirlos. Me refiero a la verdad interna del novelista, a su entrega y a su pasión al entregar su obra a los lectores. Pero nunca debemos olvidar que lo que ofrecemos es una versión de ese mundo que fue, para que los lectores puedan recrearlo también a su manera.

P. Había una canción que decía que «todo, todo está en los libros». ¿Todo está en el mundo grecorromano?

R. ¡Ah, Rosa León y mi infancia! No, por mucho que me apasionen Grecia y Roma y les haya dedicado buena parte de mi vida profesional, hay muchas más cosas bajo el cielo… y en el mismo cielo. Si uno se familiariza mínimamente con otras civilizaciones antiguas —algunas de las cuales mantienen sus tradiciones todavía hoy—, como Japón, China, la India, etc., descubre que, con sus semejanzas, hay diferencias más que llamativas y aportes culturales que te hacen desear tener al menos siete vidas más para poder estudiarlas.

P. Vuelvo al principio, a la primera pregunta. Me viene a la cabeza el ejemplo de Irene Vallejo, llevando por todo el mundo y con éxito la buena nueva de los clásicos grecorromanos y las humanidades. ¿Tenéis los especialistas tarea, tenéis futuro?

R. Cuando menos se enseñan la historia y la cultura del mundo antiguo en las aulas, paradójicamente, mayor es la curiosidad que siente la gente una vez que deja atrás los estudios formales. Así que, aunque sea fuera de colegios e institutos, tenemos tarea por delante. Descubrir nuestro pasado, revivirlo y reconstruirlo para comprendernos mejor a nosotros mismos y ayudar a los demás a que se contagien de esa llama de la que hablaba al principio de la entrevista.

 

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