Si fuera una lombriz
Si fuera una lombriz

Si fuera una lombriz de Belén Ternero. Ganadora de la XV edición www.excelencialiteraria.com

 

Carmen observaba el patio través de la ventana.

–¿Me seguirías queriendo si fuera una lombriz?

Mario levantó la cabeza ante aquella sorpresiva pregunta. Estaba acostumbrado a las situaciones ridículas y catastrofistas que Carmen le solía plantear, pero aquella le resultaba demasiado novedosa. Antes de que dijera nada, Carmen le hizo una puntualización:

–Acabo de hacerte una pregunta absurda. Deja que lo plantee mejor… –se quedó pensativa y tomó aire sin dejar de mirar a través de la ventana–. ¿Me seguirías queriendo si ya no fuera útil para ti? –. Parecía extrañamente relajada–. Quiero decir, si rompiera mis promesas y me convirtiera en algo que no planeas que pudiera llegar a ser.

–Carmen, no entiendo muy bien a que te refieres –Mario dobló el periódico sobre el regazo, intentando descifrar la intención de su esposa.

–Te concreto: si de repente no pudiera ser una buena esposa, una buena madre, si no pudiera limpiar la casa o ni si quiera hablar… ¿me seguirías queriendo?

Ambos permanecieron en silencio unos instantes. Mientras Mario sopesaba lo que acababa de escuchar, ella se levantó sin retirar los ojos del patio. Su esposo pensó que, probablemente, estaba vigilando a los niños mientras jugaban en la calle.

–¿Sabes que uno de cada cinco maridos abandona a su mujer cuando esta padece alguna enfermedad que pone en riesgo su vida?

–¿Cómo? –volvió a sorprenderse.

–Cuando tiene cáncer, se queda paralítica o entra en coma. Y no me parece una estadística nada alentadora.

–Pero, ¿te pasa algo? –inquirió Mario al levantarse del sillón.

Preocupado, caminó despacio hacia ella con el corazón encogido. No sabía si aquellas preguntas eran una simple ocurrencia, como tantas, o si auguraban algo inesperado.

Tomó a Carmen de las manos. Las tenía frías.

–No; solo te estoy preguntando –. Giró la cabeza para mirarlo con una expresión que, ciertamente, no se correspondía con el tono despreocupado de sus palabras–. Mario, si me convirtiera en una lombriz y no pudiera ofrecerte nada… ¿me seguirías queriendo?

– Le brillaron los ojos–. ¿Buscarías un terrario, lo llenarías de mantillo y me posarías con cuidado antes de rociarme de agua? ¿Me mantendrías con vida o me tirarías lejos, como a una lombriz cualquiera?

Mario también miró hacia el patio. No soportaba ver aquellos ojos anegados en lágrimas, ni escuchar temblar aquella voz mientras le apretaba las manos.

–Creo que si fueras una lombriz –arrancó a decir, reprimiendo una sonrisa–, te haría una casita en el terrario con los palillos de los polos de limón que te gustan tanto.

No tuvo que volver la cabeza para saber que ella también sonreía.

–Sabes que no te quiero, Carmen, por las cosas que haces. Por tu labor como madre o como esposa. Te quiero porque, aunque dejaras de hablar, aunque no te movieras, aunque fueras una lombriz, seguirías siendo mi mujer.

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