Rebeca Argudo, autora de ‘Todos los hombres tristes llevan abrigos largos’: “Las novelas no cambian vidas. Y no deberían aspirar a eso”

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Rebeca Argudo
Rebeca Argudo

Periodista de las que construyen columnas, de las que se suben a esa estructura para dar su opinión honesta, Rebeca Argudo se adentra en el territorio de la ficción con Todos los hombres tristes llevan abrigos largos (HarperCollins Ibérica). Y aquí, en la novela, ha descubierto la libertad para que los personajes hagan y digan cosas con las que no tiene por qué estar de acuerdo, “incluso puedo estar abiertamente en desacuerdo o que me repugnen”.

P. “LÉEME”: ¿no es eso lo que todo autor querría poner en la primera página de su última novela?

R. En realidad, yo creo que querrían poner “Cómprame” pero les da vergüenza. Tenemos pudor en eso de reconocer el aprecio por la transacción económica.

P. ¿Cuál es tu manera de decir léeme”, cómo obligas” al lector a seguir tus pasos?

R. Ay, es que yo no quiero obligar a nadie a nada. Me incomodan mucho algunas palabras y “obligar” es una. Yo quiero que lo lean si les apetece y que, de hacerlo, no se aburran. Pero libremente. Si no lo leen, no se estarán perdiendo nada. No hay en esas páginas un gran secreto ni una gran verdad a mostrar al mundo, ni una lección fundamental. Hay entretenimiento.

P. El título es un potente anzuelo. ¿Dónde lo encontraste, dónde lo buscaste?

R. Es una frase a la que le he dado muchas vueltas a partir de imágenes recurrentes que me he ido encontrando a lo largo de mucho tiempo tanto en libros, fotografías o canciones como en la vida diaria: los hombres tristes llevan abrigos largos. No me paré a pensar si era demasiado largo, demasiado críptico, demasiado loco. Me gustaba y ya está.

P. Bonjour tristesse, El diario de Bridget Jones… quienes elogian tu novela hacen comparaciones que, imagino, te alegran y te cargan de responsabilidad.

R. Me alegran y me desconciertan, porque todas son con obras y autores que no me entusiasman especialmente. Quiero decir, me parecen halagos y así los recibo, pero si me preguntas por mis pelis o libros favoritos no están ninguno de estos. Es más, es posible que aparezcan en la lista de los que detesto. Así que hay ahí una paradoja, en lo que leo y lo que escribo. No siento ninguna responsabilidad hacia nadie, nunca he tenido la sensación de deberme a nadie (más allá de mi responsabilidad) y mucho menos a las expectativas ajenas. Como tampoco me considero escritora, de momento, no he sentido esa responsabilidad sino mucha libertad. Como un niño al que le hubiesen dado muchas piezas de colores y le han dicho “diviértete”.

Todos los hombres tristes
Todos los hombres tristes

P. Periodista todoterreno, novelista… No sé quién dijo que definir a alguien como periodista y escritor” era una redundancia. ¿Lo sientes así?

R. Para mí una cosa es ser periodista, otra escritor y se pueden ser las dos cosas o solo una. Yo no me considero escritora. A lo mejor, si me dejan escribir más ficción, dentro de tres libros empiece a considerar la posibilidad de autodefinirme así. De momento solo soy periodista, porque es con lo que me gano la vida, y estoy trasteando humildemente en la ficción.

P. ¿La novela es una suerte de forma suprema de la opinión, ese género en el que puedes opinar sobre todo y sobre todos, mejor aún, crear personajes y hacerles opinar?

R. Creo que no. La columna de opinión es un género en sí mismo que no necesita ser elevado. Y la novela es otra cosa. Es otra extensión, otros tiempos, otro tratamiento, otra construcción. Se utiliza la palabra como herramienta, pero la materia prima es la ficción. Y en la opinión la materia prima cambia, es la realidad. La realidad te impone unos límites insalvables, a poca ética profesional y valores morales que tengas. Es como diferenciar entre fotografía y pintura: son imágenes en ambos casos, pero la segunda te permita chapotear en lugares que la primera no. La fotografía te impone una luz, que es la que hay y no hay otra, lo que tienes delante y te obliga a elegir qué dejas fuera. Aun con todas sus licencias tienes los límites de la realidad. La pintura te permitirá distorsionar, inventar, crear, modificar. Yo en la columna doy mi opinión honesta sobre algo y trato de argumentarlo, en la novela me siento libre para que los personajes hagan y digan cosas con las que no tengo por qué estar de acuerdo. Incluso puedo estar abiertamente en desacuerdo o que me repugnen.

P. Acostumbrada a ser testigo de la realidad y a reaccionar a vuela pluma, ¿qué disciplina te exige la novela?

R. Uf, ha sido durillo. He tenido que cambiar mucho mis tiempos y mis modos. Ha sido un proceso muy intuitivo, al ser la primera vez. Me ha atropellado en muchos momentos y en otros me he sentido muy libre y satisfecha. Yo no soy muy disciplinada, así que he tenido que adaptar esas exigencias a mis pulsos.

P. Una pareja es… (completa los puntos suspensivos).

R. … el conjunto de dos personas, animales o cosas que tienen entre sí alguna correlación o semejanza.

P. “Es muy probable —leo en los paratextos de tu novela— que al llegar a la palabra FIN su vida haya cambiado para siempre”. ¿No es eso a lo que aspira toda novela, a cambiar al lector?

R. No, qué va. Yo creo que las novelas no cambian vidas. No al menos en la edad adulta. Y no deberían aspirar a eso. Yo creo que una novela debe aspirar a contar una historia y a contarla bien. Me gusta más pensar en la literatura, desde el autor, como un juego que planteo a alguien a quien no conozco, y que él recoge y hace crecer con su participación activa; más que como una voluntad de influir, deslumbrar o ilustrar a alguien. No tengo vocación didáctica ni instructiva.

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