Gratis el primer capítulo inédito de la novela negra con tintes cofrades ‘Los hijos del Justo’ del escritor Fran Ortega

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Fran Ortega
Fran Ortega

Los hijos del Justo es la ópera prima del escritor andaluz Fran Ortega, una novela negra con tintes cofrades que se detona unos días antes de la Semana Santa de Sevilla. Todo un imaginario de fe, religión, tradición, una ciudad espectacular y un misterio que resolver (pues ¿dónde está la Virgen de la Macarena?) que tiene pinta de convertirse en una de las novelas de referencia del género.

Compartimos de manera inédita el capítulo uno de la obra para todos los seguidores de Top Cultural

1

Domingo, a principios de marzo. Tres semanas para el Domingo de Ramos. 4.30 de una tranquila madrugada Sevillana. En las calles apenas se oye el ruido de algún que otro camión de la basura adecentando sus calles. La tranquilidad, propia de esas horas, se multiplica por ocho en su centro histórico.

Una decisión muy disputada, la de cortar sus calles al tráfico, ha ido induciendo poco a poco a que esa zona de Sevilla de noche sea un remanso de auténtica paz. Si alguna vez ha estado en esta ciudad y ha podido pasear por sus calles a esas horas sabrá de lo que le hablo. Un territorio distinto. Ese color especial se pierde y con la oscuridad entran en juego otros matices diferentes. Luces distintas pero iguales de inexplicables que las que afloran un día de primavera a la orilla del Guadalquivir. Un paseo por Sevilla de madrugada no debe quedar muy lejos de hacerlo por el paraíso.

Son ciento ocho los barrios que tiene la capital andaluza. Nosotros estamos en el de San Gil, en la zona de la Macarena. San Gil es ese típico enclave sevillano donde cualquiera querría vivir. Una réplica a pequeña escala de lo que es Sevilla propiamente, es decir, un lugar de contrastes, donde la élite y el postín se mezclan con las peleas y las trifulcas propias de la Sevilla más peligrosa. Uno de los pilares de este pintoresco lugar es, sin duda, Nuestra Señora de la Esperanza Macarena, imagen resguardada en la basílica que lleva su propio nombre.

Fue el primer templo en Sevilla en ostentar la dignidad de basílica menor, allá por el año 66. Una muestra viva de la historia de la ciudad, pues fue construida a posteriori para albergar a las imágenes de la hermandad de la cual es sede, tras los acontecimientos sucedidos en el año 36 en Sevilla. Fruto de inmensos debates por quién yace en sus entrañas, la basílica sin duda es un punto caliente de Sevilla. Al igual que el barrio, en otro tiempo conocido como el Moscú sevillano, por ser la sede de la mayoría de los pensadores de izquierdas.

La tranquilidad que reina en la ciudad no es menos en la basílica, donde el capellán duerme, como casi toda la ciudad, de forma plácida. Ajeno a lo que está a punto de pasar. Pronto Sevilla dejará de ser un lugar distinto. Pronto dejará de tener un color especial.

Todo comienza de golpe con el sonido más inesperado. La alarma antirrobo empieza a sonar, perturbando la calma de la basílica y despertando de golpe al capellán. Es un hombre de estatura mediana y pelo canoso.

Al principio tarda en reaccionar. Tumbado sobre su cama con los ojos como platos pasan varios minutos hasta que comprende lo que está pasando. Instintivamente, palpa con su mano izquierda hasta encontrar el interruptor de la lamparita de su mesilla de noche para encenderla. Con los ojos pegados aún, trata de vislumbrar en algún punto de su coqueta habitación su teléfono. Esta justo a su lado, en la almohada, aún con los auriculares puestos y con la radio sintonizada. La radio, ese aparato ahuyentador de soledad, ha vuelto a cumplir su comedido una noche más. Inducir al descanso a una mente ocupada.

Mientras la alarma sigue profiriendo un sonido que precisamente no lleva a la calma, el capellán trata de buscar en su agenda de contactos un número. Las manos le tiemblan y hace que toque partes de la pantalla que lo llevan a sitios donde no quiere entrar. Frustración y pánico que siguen creciendo poco a poco en él. Por fin, con más trabajo del que requiere esa simple tarea, da con él y se apresura a llamar.

—Don Leopoldo, la alarma. La alarma ha saltado.

Hay quien dice que ser hermano mayor de La Macarena en Sevilla es tener incluso más poder que el propio alcalde de la ciudad. Don Leopoldo Andrade, actual hermano mayor, rehúsa en tono jocoso esos comentarios diciendo que quizá es un honor y una responsabilidad más grande pero que seguro que no reporta económicamente ni la mitad. Un empresario de éxito del mundo textil al cual, desde pequeño, como a casi todo sevillano, le explicaron la importancia de esta fiesta. Sintió la llamada y desde adolescente empezó a colaborar con su hermandad. Fue agotando cargos en la Junta de Gobierno hasta llegar a presidir una candidatura que, acabó ganando con una mayoría importante hace ya casi 5 años, lo que significa que está próximo a cumplir su mandato como cabeza y referente de la hermandad.

—¿Antonio? – balbucea el hermano mayor mientras trata de comprender qué está pasando y con quién está hablando-.

—Don Leopoldo, la alarma de robo ha saltado. Es muy extraño, no son horas.

—A ver, relájate. Sabes que muchas veces es cualquier rata o cualquier bicho lo que hace que salte la alarma. Baja a echar un vistazo y todo solucionado. Pero no cuelgues, que ya me has dejado intranquilo.

Como puede, Antonio se viste con lo primero que encuentra y agarra del cajetín que hay a la derecha de su puerta un manojo importante de llaves. Las guarda en su bolsillo y, antes de salir, como si de la Providencia se tratase, ve sobresalir de un armarito que hay a su derecha el palo de una escoba. Tras dudar si cogerlo o no, finalmente, se santigua y sale de su estancia.

 

Camina temeroso, deteniéndose ante cada ruido extraño y empieza a bajar las escaleras que lo conducen hasta la basílica. Con el ruido de la alarma de fondo, a Antonio le va subiendo el pulso con cada paso que da. Es una sensación bastante extraña, como si su miedo y su pánico bamboleasen al ritmo del sonido que en ningún momento para.

Ya en la basílica a priori no ve nada raro. Busca la imagen de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia en su altar que tranquilamente parecía observar un horizonte indeterminado con esa cara de conmovedora melancolía que lo caracteriza. La presencia del señor le hace respirar tranquilo y continuar su camino enfilando al altar mayor. No es que Antonio vea demasiado bien de lejos pero aún así entornó la vista para mirar al camarín de la Virgen.

—No puede ser…

Acelera el paso, camino del altar mayor rezando y rezando para que sus ojos, cansados y viejos, estuvieran revelando una realidad alternativa. Pero no, ni mucho menos. Al llegar a los pies del altar confirma sus peores presagios. El camarín de la Macarena se encuentra vacío.

—No puede ser…-repite el capellán mientras cae de rodillas al suelo.

Lleva su teléfono al oído- Don Leopoldo…la Señora…

—Antonio…Antonio, ¿qué pasa? ¿Estás ahí? ¡Antonio!

El capellán rompe a llorar mirando el camarín vacío de la Virgen de la Esperanza, y deja caer el móvil al suelo para echarse las manos a la cara.

Como loco, corre a mirar la entrada. No tiene signos de haber sido forzada. Se mueve de un lado a otro queriendo hacer muchas cosas, buscando inocentemente en cualquier rincón con la esperanza de encontrarla.

Tras varios minutos de llanto y locura transitoria, se levanta y cabizbajo emprende el camino de vuelta hasta su modesta habitación.

Al llegar, entra y se sienta en la cama, mirando hacia el horizonte mientras que de sus ojos no pueden dejar de brotar lágrimas. La Señora de Sevilla, la imagen más importante quizás de la Semana Santa de la ciudad, una imagen que trasciende más allá de la Madrugá del Jueves Santo, como así se le llama al día en el que procesiona, no está. El que haya perpetrado ese golpe no sabe el daño que ha hecho, pero es que ni se imagina el que va a hacer, piensa para sí Antonio mientras respira hondo, tratando de calmar la congoja que le tiene el corazón en un puño.

Algo sucede. Algo que hace que Antonio se levante de la cama como un resorte. La alarma, sin explicación ninguna, deja de sonar. Al momento alguien comienza a aporrear la puerta de su habitación. Petrificado, piensa en pedir ayuda, pero tras palparse, cae en la cuenta de que no tiene su teléfono encima. Tras varios segundos de tensión y pánico, vuelven a llamar a la puerta. Antonio, bloqueado por el miedo, no sabe qué hacer.

Un tercer intento. Tres golpes secos en la puerta, aún con más fuerza.

—¿Quién es?

La voz apenas sale del cuerpo del capellán. De nuevo otros tres golpes, más fuertes.

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