Roadkill

 

Por Elena Fernández Rodríguez.

Aunque han pasado años desde que Hugh Laurie colgara la bata y dejara de encarnar al mítico Doctor House, muchos siguen recordándole como uno de los médicos más excéntricos de la pequeña pantalla. Desde entonces ha participado en varios proyectos y Movistar+ nos trae Roadkill, la última miniserie protagonizada por el actor inglés. Desde el 2 de noviembre podemos disfrutar de esta trama que a lo largo de cuatro capítulos nos deja entrever una historia llena de entresijos políticos, incertidumbre y manipulaciones. Tanto el director de Michael Keillor como el guionista David Hare han trabajado conjuntamente para presentar esta serie al más puro estilo inglés.

A través del personaje principal, Peter Laurence (Hugh Laurie), Roadkill nos mostrará lo difícil que puede llegar a ser dejar atrás el pasado tanto para uno mismo como para una nación entera. Laurence es un ministro inglés del partido conservador británico cuya carrera se está desmoronando. La serie comienza con el primero de una larga de escándalos que sus enemigos se encargarán de destapar. Si bien consigue airoso de ese proceso judicial y limpiar su imagen de político firme y carismático, poco a poco irán saliendo a la luz distintos acontecimientos de su vida pasada que destaparán su verdadera identidad hipócrita y sin escrúpulos.

Se trataría de la combinación perfecta si tenemos en cuenta que entremezcla un humor sarcástico que en ciertos momentos roza la sátira con una crónica cruda y realista del panorama político. Nos encontramos ante una apuesta segura si buscamos una serie que, si bien puede tratar temas complejos, no supone un rompecabezas a cada minuto que pasa. Es cierto que la dificultad de Roadkill radica en el mensaje que trata de transmitir, es decir, las dificultades para afrontar el pasado tanto como individuos como de forma colectiva, y no tanto en la manera en la que suceden los actos; sin embargo, lo segundo influye sustancialmente en lo primero y gran parte de la serie pasará a la galería sin pena ni gloria.

No es una serie mala, en absoluto. Las interpretaciones de Hugh Laurie y la Primera Ministra (Helen McCrory) son impecables y la elección del reto del elenco es brillante. Para variar, Laurie se come la pantalla y el personaje de McCrory le proporciona un doble juego muy interesante a la trama. El punto negativo es que, pudiendo ser una verdadera obra maestra, termina siendo una serie inglesa más de política y misterio.

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