Relato: ‘Estamos vivos’ de Marta Gabriela Tudela

Estamos vivos

Estamos vivos de Marta Gabriela Tudela. Ganadora de la XIII edición www.excelencialiteraria.com

Desde hace un tiempo me duele estar en casa. Ya no la siento un hogar sino un lugar extraño. Quizás haya cambiado yo, porque está claro que ella sigue igual. Me miro en el espejo de la entrada y me veo cambiada, como quien observa con ojos distintos y no se reconoce. No es algo que yo haya elegido, que me guste o haya buscado, tan solo es. Incapaz de cambiarlo, consciente de ello, desvío mis pensamientos hacia otras cosas apenas cruzo el umbral: el próximo trabajo, unas prácticas, el siguiente viaje… Busco salidas de emergencia ante un fuego que en ningún caso se extingue. Porque sigue ahí.

Puede sonar a depresión o desagradecimiento, a comentario típico de alguien que lo tiene todo y no puede mirar sino a lo que le falta. O a quien ha perdido la fe en el mundo, la vida y sus habitantes. Nada de eso me ocurre a mí. Sigo siendo tan feliz como cuando jugaba en los columpios con mi abuelo, paseaba de pequeña por el muelle o iba a clases de ballet después del colegio.

Conservo la alegría que traen los buenos recuerdos, aquellos que, aunque difusos, se guardan en alguna balda del corazón (a decir verdad, espero que del alma, para que no se pierdan cuando éste deje de latir y pervivan a los años materiales). También me guardo alguna pena, desencantos que prefiero almacenar como enseñanzas, porque son estas las que nos permiten crecer.

Pese a que pudieron doler o ser incómodos en su momento, los aprendizajes que me dieron son motivo más que suficiente para sentir gratitud. Por supuesto, entre todos estos episodios hay personas y no pocas: familia, amigos, compañeros de trabajo, de aventuras… Algunos no los he vuelto a ver y otros espero “encontrármelos en el camino”, como dicen en el film “Nomadland”, en una escena genial que destacan múltiples reseñas de la película. Ojalá pueda volver a ver todas esas caras conocidas una vez más, hayan pasado meses, lustros o décadas. Comprobar qué ha sido de unas vidas que se enlazaron con la mía en algún punto, debe ser algo digno de experimentar.

En cualquier caso, una cosa es clara: yo ya no seré la misma para entonces. Nadie lo será. Por contra, los recuerdos serán iguales, con las imperfecciones, sentimientos e imágenes asociados a cada uno de ellos, una y otra vez. Si alguna enfermedad impertinente no se los lleva consigo, las situaciones quedarán capturadas como instantáneas en el archivo particular de cada uno. En ellas nada habrá cambiado, ni los hechos ni sus protagonistas. Serán hogar todo el tiempo.

Marta Tudela

Tras vivir unos meses fuera y regresar a casa por un periodo superior a un fin de semana, me di cuenta de esto por primera vez. Yo he cambiado y, con ello, ya no siento igual a lo que me rodea. No es mejor ni peor; solo distinto. Será parte de la madurez, imagino, como le ocurre al polluelo que, en un momento dado, siente que debe batir las alas y dejar atrás lo que nunca había querido abandonar hasta ese instante.

Cerrar etapas es complejo. Da pena. Causa dolor. Pero sentirlo nos recuerda que estamos vivos.

 

 

 

Redacción

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