Entrevista a Nicole d’Amonville Alegría, traductora de ‘La púa de rastrillo’ de Víctor Català

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Nicole d'Amonville
Nicole d’Amonville

“La obra de Víctor Català vuela la tapa de los sesos y hiela la sangre”

Víctor Català es el nombre de varón que eligió Caterina Albert (1869-1966) para publicar sin miedo al escándalo. Fue eso que hemos venido a llamar “una adelantada a su tiempo”, una mujer valiente que pagó cara su postura. “Escribir también es derribar las leyes del silencio que las esconden”, escribe Najat El Hachmi a propósito de la obra de Català, de la que Club Editor presenta una significativa muestra en forma de recopilación de cuentos. Hablamos con quien los ha traducido al castellano Nicole d’Amonville Alegría.

P. Entre los relatos seleccionados está «La infanticida», el texto que motivó la adopción de un seudónimo…  

R. Diría que cuando, en 1898, presentó su espeluznantemente bello monólogo «La infanticida» a los Juegos Florales de Olot, eligió firmar como Virgili d’Alacseal para que su obra fuera publicada y leída, lo que, pese al galardón obtenido, le fue denegado. Por tanto, la subsecuente elección de un segundo pseudónimo, vigente hasta el día de hoy, y sobre todo, la de conservarlo cuando, tras el éxito de Soledad, su identidad femenina ya era vox populi, expresa su voluntad de salvaguardar la intimidad de su vida privada.

P. Esa estratagema, ¿la protegió?

R. Sí, pero insisto, quizá muy al principio pensara que utilizando un pseudónimo masculino incrementaba las posibilidades de que su obra, que no iba dirigida a «señoritas de buena familia ni a guardianes de la ortodoxia», fuera publicada y leída por un público más amplio, pero es sintomático que lo conservara cuando, tras el éxito de Soledad, su identidad ya era ampliamente conocida en los círculos literarios.

P. En Cataluña, la vida y la obra de Víctor Català son bastante conocidas, y desde luego reconocidas por la crítica. ¿A qué atribuye el poco conocimiento que tenemos de ella en el resto de España?

R. Diría que la obra de Català es poco conocida aun en Cataluña. Solitud [Soledad, que la misma D’Amonville acaba de traducir para Trotalibros] es de lectura obligatoria en las aulas, pero el resto de su obra ha tenido que esperar al siglo xxi para ver la luz. De ahí que tampoco en España se le haya hecho la justicia que merece. Además, hasta la fecha Soledad, que gozó de un inmediato éxito internacional, ha sido su única obra traducida al español, y ello en dos ocasiones (1907 y 1986), por desgracia, con poco acierto. La propia autora las desautorizó y el libro desapareció del mercado.

La púa del rastrillo
La púa del rastrillo

P. Sus traducciones de Soledad, la gran novela de Català, y de los cuentos agrupados bajo el título La púa de rastrillo salen casi al mismo tiempo.  ¿Casualidad o estrategia comercial?

R. La ocasión la pintan calva. En 2018 propuse a la editora María Bohigas traducir los relatos incluidos en la antología De foc i de sang (Club Editor, 2017). Ella repuso: «¿Te atreves?». Al año siguiente, tras yo haber entregado la traducción y tomado la decisión de tomarme un descanso, en pleno confinamiento, recibí un correo electrónico de Jan Arimany, editor de Trotalibros (editorial desconocida para mí hasta entonces porque estaba recién creada), con la propuesta de traducir Solitud. No pude negarme.

P. ¿Qué diferencia al Catalá de los cuentos del de los textos de más largo alcance?

R. «La infanticida», un poema narrado desde un manicomio por una madre que ha matado a su niña, es tan magistral como Soledad, su primera novela, que no en vano contiene diversas fábulas. Catalá no hacía mayor distinción entre géneros, aunque siendo poeta, sentía predilección por el relato breve, como demuestran el centenar de relatos que escribió y su institución en 1953 del Premi Víctor Català al mejor relato, vigente hasta 1997, cuando, por un motivo que desconozco, pasó a llamarse Premi Mercè Rodoreda.

P. ¿Plantea su manera de escribir alguna dificultad especial para quien asume la traducción?

R. Las dificultades son infinitas, empezando por el léxico, cuya pasmosa riqueza se debe a que conserva inúmeros vocablos de uso local, además de un buen número de hápax (palabras que sólo ella utiliza). La propia naturaleza de su obra, ambientada en Cataluña, y en gran parte, en el Ampurdán —lo que, paradójicamente, la convierte en universal—, plantea grandes retos al traductor. En el caso de Soledad, una dificultad añadida ha sido el idiolecto en que se expresa uno de sus personajes principales.

P. Catalá murió en 1966. ¿Llegó a ver reconocidos su talento y su obra?

R. Sí, y en vida de ella, aunque ese reconocimiento fue y ha sido hasta la fecha el de la «inmensa minoría».

P. ¿Cuál es su legado? ¿Ha dejado huella en autores y autoras posteriores?

R. Sí, una huella que sin duda irá extendiéndose con el tiempo.

P. Si tuviera que darnos una razón, y solo una, para leerla, ¿cuál sería?

R. Porque, parafraseando a Emily Dickinson, su obra vuela la tapa de los sesos y hiela la sangre.

 

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