Crítica de ‘El Amor en su Lugar’: Romance, teatro musical y supervivencia en el gueto de Varsovia

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El Amor en su Lugar

La represión nazi al pueblo judío y la ocupación alemana de Polonia (y buena parte de Europa) son leitmotivs que el cine ha explotado sin cesar desde múltiples perspectivas, regalando en ocasiones algunas de las mejores películas que el séptimo arte ha visto jamás. El último ejemplo lo ha puesto El Amor en su Lugar de Rodrigo Cortés, el cineasta español autor de obras como Concursante, Buried (Enterrado) o Luces Rojas.

El filme viaja hasta el invierno de 1942 en pleno gueto de Varsovia. Allí, entre hambre, muerte y desesperanza, una pequeña compañía de teatro se prepara para ofrecer su próxima función con la esperanza de entretener al público y hacerles olvidar sus penurias. Pero, entre bambalinas, los actores planean una fuga del gueto en la que tendrán que hacer sacrificios que no siempre estarán dispuestos a asumir. El Amor en su Lugar se estrena el próximo 3 de diciembre en España.

El Amor en su Lugar

 

La película apela sin remordimientos a la emoción más pura del espectador. En los momentos en los que se representa la obra, el juego de cámaras y luces nos fusiona en la butaca con aquellos que ven la obra huyendo del frío helador. El Amor en su Lugar nos hace vibrar con cada canción, reír con cada chiste y sorprendernos con cada nueva revelación del texto interpretado. Hasta aquí, entretenimiento puro, correcto, sin mayores pretensiones. Sin embargo, Cortés nos da una ventaja, la verdadera película, lo que les ocurre a los actores fuera del escenario.

Los planos cortos y las luces cálidas dan paso a larguísimos planos secuencia y travellings angustiantes mientras los protagonistas de El Amor en su Lugar se juegan su futuro entre confesiones y corazones abiertos. Tras el telón, las intimidades y anhelos afloran. El drama y el instinto de supervivencia fluyen a través de un ambiente recargado que nos recuerda la tragedia que en realidad estamos presenciando. El director diseña dos películas paralelas y contrastadas que se fusionan a medida que las emociones y la tensión van creciendo. Sobre las tablas, la vida sigue. Fuera de ellas, se acaba. Pero pese a todo, la obra debe continuar.

El amor en su lugar

 

Ese es el gran mensaje de la cinta. El Amor en su Lugar es muchas cosas, pero por encima de ellas es una carta de amor y admiración al oficio del actor. La nobleza del artista le hace capaz de dejar atrás momentáneamente los problemas más duros para ofrecer una última gota de magia a su público. No hay nada por encima de la historia que se quiere contar. Por mucho que duela. Y eso es lo que Cortés pone en valor de manera tremendamente conmovedora. Hay frío, hay muerte y hay nazis, pero primero está la obra. Buscar el aplauso.

El reparto escogido, claro, también ayuda. Todos y cada uno de los intérpretes consiguen imprimirle la emoción necesaria a cada escena. Es un trabajo coral excepcional donde todos tienen su hueco. Pero la que brilla especialmente es Clara Rugaard como Stefcia. Su personaje es el de una mujer soñadora, fuerte, empoderada y romántica. Una joven llena de sensibilidad y siempre con un punto de clarividencia superior al resto. Rugaard conduce El Amor en su Lugar como quiere. El suyo es un ejercicio interpretativo inapelable.

El amor en su lugar

Como conclusión, puede asegurarse que Cortés firma una de sus obras más inteligentes y conmovedoras, que retrotrae sin remedio a clásicos como La Vida es Bella. Es a la vez musical, tragedia griega y drama histórico. Un relato tan universal como íntimo, lleno de fuerza y virtuosismo descorazonadores. Un compendio cinematográfico donde todo funciona como debe para dar como resultado una obra de bellísima factura. El Amor en su Lugar es una de las películas españolas del año.

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