Crítica de ‘Jurassic World: Dominion’: Los dinosaurios pierden protagonismo en el final de la saga

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Jurassic World: Dominion

Jurassic World: Dominion

Hubo una vez, hace no demasiado, en que el cine y los dinosaurios no eran buenos aliados. Pese a que las historias que se contaban pudiesen estar más o menos logradas, las limitaciones técnicas para darles vida hacían que fuera del terreno de la animación las películas sobre los gigantescos reptiles no acabasen de cuajar. Por supuesto, había excepciones, pero generalmente estaban supeditadas a que el espectador pusiera la emoción de la narrativa por encima de lo falso de la imagen. Sin embargo, llegaron los años 90 y un tal Steven Spielberg decidió que eso no podía seguir así. En 1993 estrenó Parque Jurásico y dejó a al mundo de piedra. Los dinosaurios parecían de verdad, les había devuelto a la vida. Este ya clásico del cine de aventuras se convirtió en trilogía, y veinte años después tuvo su continuación con Jurassic World. Ahora, esta nueva trilogía de secuelas se cierra con Jurassic World: Dominion, que ha sido anunciada como el final definitivo de toda la saga Jurassic Park. La cinta ya puede verse en cines.

Jurassic World: Dominion aborda los hechos posteriores a Jurassic World: El reino caído. En aquella, la Isla Nublar estallaba cuando su volcán central entraba en erupción. Los humanos rescataron a todos los dinosaurios que pudieron, pero estos acabaron en manos de ricos y poderosos que se los rifaban en subastas. Todo ello desembocaba en desastre y los prehistóricos animales acabaron libres y esparcidos por todo el planeta. En esta sexta y última entrega, los humanos han tenido que aprender a convivir con ellos a la fuerza. Pero una empresa, Biotyc, les ha construido un santuario en las montañas para que vivan en paz. Evidentemente, las cosas no salen como estaban previstas.

Jurassic World: Dominion

Como puede verse ya en la sinopsis de la película, Jurassic World: Dominion comete una imprudencia muy grave que pesa como una losa. La premisa de ver dinosaurios sueltos por el mundo por primera vez en la saga era muy atractiva, algo que apetecía ver. Sin embargo, salvo unos primeros minutos en formato telediario y algunas escenas sueltas del primer acto en Malta, Sierra Nevada y otras localizaciones, la cinta abraza el punto de partida entre poco y nada. De nuevo, todo acaba en el mismo juego de siempre, en un recinto cerrado. Un juego que el español J.A. Bayona -director de El reino caído– quiso romper y que Colin Trevorrow no se ha atrevido a consolidar, deshaciendo lo de su predecesora de manera muy poco sutil.

Esta falta de riesgo, pese a todo, no tiene por que ser algo negativo si la historia está bien contada. Pero Trevorrow comete aquí el otro gran fallo que condena a la película. En sus ansias por narrar un thriller científico que se asemejase de alguna forma a la Parque Jurásico original, el cineasta se olvida de que los protagonistas son los dinosaurios. El principal conflicto expuesto atañe a una plaga de langostas que está a punto de causar un colapso ecológico que supondría el final de la raza humana. También a los avances de la ingeniería genética y la capacidad de clonación de seres humanos. El mensaje ecologista de Jurassic World: Dominion está muy bien, es de los más complejos y sofisticados que se recuerdan en la franquicia. Y de alguna forma, dentro de su evidente pesimismo, es esperanzador.

Pero si venimos a Jurassic Park es a ver dinosaurios. Y aunque los hay, el peso en la historia es totalmente secundario. Es genial que hayan incluido especies nuevas y que, de nuevo, todas las criaturas se vena increíblemente realistas gracias a la combinación de CGI y animatronics, como en la original. Pero no son ellos quienes llevan las riendas, la trama gira por otros derroteros. Y se hace pesada e irregular, aunque va de menos a más para acabar con un regusto algo más amigable. Tampoco ayuda que la mitad de las escenas donde los dinosaurios sí tienen algo que decir sean calcos de escenas de las otras 5 películas. Incluido el ¿clímax? que no desvelaré. Pequeños homenajes está bien, pero Jurassic World: Dominion peca de una falta de originalidad importante.

Uno de los aspectos más llamativos de la película, algo que se había anunciado a bombo y platillo, era el regreso de los tres protagonistas de la trilogía original. A saber, el doctor Alan Grant, la doctora Ellie Sattler y el doctor Ian Malcom. Ver de nuevo juntos a Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum en la piel de sus legendarios personajes es un verdadero regalo. Y se nota que no han perdido un ápice de carisma. Pero, por desgracia, la nostalgia se queda ahí. Jurassic World: Dominion les da mucho protagonismo pero realmente no desarrolla demasiado sus historias. Sí da una continuación al eterno asunto pendiente entre Grant y Sattler, pero salvo por eso la decisión de traerlos de vuelta no encuentra demasiada justificación. Los que viven esta última aventura podrían haber sido estos personajes como otros cualquiera. Aun así, insisto, ver al trío dorado en acción casi treinta años después es gratificante.

Jurassic World: Dominion

Tampoco están mal los protagonistas de la propia trilogía de Jurassic World, es decir, Chris Pratt como Owen Grady y Bryce Dallas Howard como Clare Dearing. Junto a ellos está la joven Isabella Sermon, que retoma su papel como Maise Lockwood. Es de lo mejor de la cinta, al igual que los dos nuevos fichajes. DeWanda Wise da vida a la intrépida Kayla Watts, mientras que Mamoudou Athie interpreta al inteligente Ramsay Cole. Con sus escenas, Jurassic World: Dominion gana muchos enteros. Ellos y la banda sonora de Michael Giacchino salvan lo que podría haber sido un desastre.

Porque, como conclusión, no puede decirse que Jurassic World: Dominion sea totalmente fallida. Es cierto que plantea ideas y mensajes interesantes, cuenta con momentos de gran disfrute y escenas potentes apoyadas en su gran calidad de imagen y sonido. Pero que los dinosaurios pasen tan desapercibidos es algo imperdonable en una película de esta saga. Y menos aún en la que debía ser su broche de oro. Que sean sustituidos por unas langostas gigantes y temas de ingeniería genética repetidos hasta la saciedad hacen que todo sea más aburrido de lo que debería. Si a ello se le suma que contaba con la premisa más interesante e inspirada posible y que la desperdicia sin reparos, la sensación final no es demasiado buena.

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