Nuño
Nuño

De María Pardo Solano. Ganadora de la XIV edición www.excelencialiteraria.com

Nuño era un enano cascarero. Se dedicaba a fabricar la cáscara de los huevos de las gallinas, a pintarlas y a darles esa forma hueca y frágil que caracteriza al primer hogar de los pollos.

Cuando tenía la estructura terminada, la sumergía en zumo de uva. Entonces, las proteínas y otras palabras difíciles de escribir traspasaban la membrana y formaban un pollito en el interior. Mientras esperaba la formación de la pequeña ave, Nuño aprovechaba para elaborar todo tipo de artilugios. Entre otros, había fabricado un bolígrafo en el que vivía un calamar que lo iba rellenando la tinta cada vez que esta se agotaba.

Terminada la espera y engendrado el pollito, repartía los huevos entre los gallineros de la población. Dado que nunca se dejaba ver, los humanos se habían convencido de que eran las gallinas, y no los enanos, quienes formaban las obras elípticas que a él le costaban tanto trabajo. <<¡Serán tontos!>>, se reía de ellos.

Como el resto de sus amigos cascareros, Nuño vivía en un envoltorio de correos con destino a Todas Partes. Cada vez que un repartidor encontraba el paquete obstaculizando el camino, lo metía en el carrito amarillo y lo transportaba muy lejos, hasta soltarlo en la otra punta del universo. En consecuencia, el enano había visitado los lugares más pintorescos de la galaxia, como –por ejemplo– Albacete, Malasia, Jurassic Land o la estrella Rigel, que es un supergigante azul.

Cierta vez, un cartero dejó el hogar ambulante de Nuño en mitad de la Sabana Kilimanjaro. Allí no había ni humanos, ni granjas, ni zumo de uva que valga, por lo que el enano tuvo que ingeniárselas para trabajar con el poco material con que viajaba: una cajita de herramientas, papel pinocho, algunas pócimas –cuya naturaleza no puedo desvelar; secreto profesional–, y un bote de jugo más grande que su propio cuerpo.

Tras mucho recortar, pegar y martillear, coronó la primera cáscara del día. Después, la sumergió en el bote grande para que los activos del zumo produjesen el polluelo, y se echó a descansar. Al despertarse, comprobó con horror lo mucho que había crecido su obra: ¡tenía las proporciones de cinco huevos juntos! <<¡Menudo desastre!>>, se asustó, <<¿Qué puedo hacer?>>.

María Pardo
María Pardo

Cavilaba acerca de desechar o no la muestra defectuosa, cuando avistó a lo lejos una gallina negra. Era una pita muy fea, muy fea, con las patas y el cuello mucho más largos de lo normal. Superada la confusión inicial, advirtió que, debido a su enorme tamaño, el pollito sería ideal para aquella mamá gallina tan poco agraciada. Tomada la decisión, se arrastró sigiloso hasta reposar el huevo gigante bajo sus patas.

A la mañana siguiente, un vecino keniano que era revistero, se encontró con el espectáculo. Lo observo con los ojos como platos, y corrió a la redacción del periódico. Era la primera vez que un avestruz ponía un huevo, y no sería la última.

 

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