Relato: ‘Instrucciones para una flor’ de María Pardo Solano

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María Pardo Solano
Instrucciones para una flor

De María Pardo Solano. Ganadora de la XIV edición www.excelencialiteraria.com

Esta semana, los estudiantes de Medicina hemos hecho prácticas en el área de cuidados paliativos del hospital. Allí atienden a personas maravillosas, algunas mucho más llenas de vida que cualquier joven de mi universidad.

He aprendido grandes lecciones de todos ellos, escuchando sus historias y haciendo infinidad de preguntas. A Petri, una anciana tan sonriente como enferma, le consulté cuál era la fórmula para emprender un proyecto cualquiera –como un buen noviazgo, una amistad o una iniciativa académica o laboral–. Me contestó con el relato de don Jacinto y doña Lis.

Había una vez dos vecinos, don Jacinto y doña Lis, amantes de la jardinería y de los chismes de barrio. Eran conocidos por el encanto de sus jardines, cada cuál más alegre y colorido. Sin embargo, habían puesto distinto esmero en los cimientos de su respectivo edén privado.

Don Jacinto fue meticuloso durante todo el proceso: escogió los plantones con mimo entre los que habían brotado en su semillero, analizándolos al detalle para descartar los más débiles. Con sus propias manos cavó el hueco para enterrarlos, y después los cubrió con un centímetro exacto de tierra. Regó cada parcela atendiendo al tipo de planta, a la temperatura y a la estación del año conveniente. Descartó el uso de medios artificiales, pues así las flores crecerían más fuertes y sanas. También sacrificó algunos placeres personales, que con los meses pudieran dañar su obra, como acariciar los tallos con demasiada frecuencia. Lo cierto es que don Jacinto tuvo que soportar una larga y paciente espera antes de ver los primeros brotes.

En cambio, doña Lis prefirió acelerar el procedimiento, pues quería disfrutar cuanto antes de la belleza y del aroma de las flores. Así, adquirió una gran bolsa de semillas y las esparció todas juntas por la tierra. Después instaló un sistema de riego regular para cualquier variedad de plantas, haciendo caso omiso a sus necesidades particulares. Por último, compró múltiples productos químicos con el fin de estimular la madurez de su jardín, que creció muy rápido. Pronto acudieron los vecinos a felicitar a su propietaria:

–Muy bonito, señora Lis.

–Tiene usted muy buena mano.

–Impresionante, doña Lis.

El primer jardín, aunque más despacio, con los meses alcanzó el mismo resultado. También se acercó el vecindario para festejar su belleza:

–Es precioso, señor Jacinto.

–Una obra maestra.

–Sensacional, don Jacinto.

Pero llegó el invierno, y con él los vientos y las lluvias. El temporal arrancó los pétalos de las flores, fulminó el polen y partió los tallos. Don Jacinto y doña Lis tuvieron que retomar la tarea allí donde la borrasca la había dejado.

Aunque ambos jardines se habían convertido en un revuelto de matojos muertos, el subsuelo del señor Jacinto escondía algo que en el otro escaseaba: raíces sanas y fuertes, bien atadas a la tierra y listas para renacer en cuanto su jardinero acomodase el sustrato.

A mediados de la primavera, los habitantes del barrio comprobaron cómo el parterre de la señora Lis continuaba en malas condiciones. ¡Cuánto lloraba la pobre mujer!… A pesar de la ilusión que había consagrado a confeccionar su jardín, había bastado un invierno para convertirlo en un erial.

Al contrario, todos quedaron atónitos ante la parcela del señor Jacinto: si bien al principio había crecido con lentitud, resurgía de la tormenta con admirable esplendor. La variedad de brotes y de vegetales comportaba un espectáculo nunca visto en el barrio. Su propietario, sonriente, canturreaba una canción:

Cuida mucho la semilla,

arraiga fuerte lo que no se ve.

No temerás a los vientos:

de una raíz bien cimentada,

la flor siempre vuelve a crecer.

 

María Pardo Solano
María Pardo Solano

 

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