Relato: ‘La Gran ola’ de José María Olmedo

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La Gran ola
La Gran ola

De José María Olmedo. Ganador de la XVll edición www.excelencialiteraria.com

 

A pesar de llevar tanto tiempo en el agua –los dientes le castañeaban a causa del frío–, Miguel no había conseguido coger ninguna ola. Se había metido en el mar muy de mañana, porque pensó que si surfeaba durante todo el día, su padre le permitiría participar en el campeonato de verano en Ribadesella, su ciudad natal. Podía ser su primera competición, y la aguardaba ansioso desde hacía meses.

Miguel estaba tan absorto en sus pensamientos que casi dejó pasar una de las mejores olas desde hacía horas. A toda prisa giró su tabla hacia la orilla y se puso a remar con todas sus fuerzas. Al fin lo consiguió: en cuanto la masa de agua lo empujó, se puso en pie sobre la tabla con un pequeño salto, y realizando un par de takes off llegó a la orilla, donde lo esperaba su padre.

–¿Has visto, papá?… ¡Lo he conseguido!– exclamó ilusionado nada más verle.

–Claro que sí, hijo. Sigue así y el año que viene seguro que ganas el campeonato.

–Pero… Yo quiero participar este verano. No me hagas esto, por favor.

–Ya lo hemos hablado. ¿Qué te dijo el médico?… –lo miró de hito en hito.

–Que debo dejar el surf durante unos meses –resopló.

–Pues ya he abierto la mano suficientemente, así que nada de campeonatos. Lo siento.

Miguel lo miró con enfado, tomó la tabla y se fue hacia su casa.

Aquella noche, durante la cena, volvió a intentarlo:

–¿Y si mañana entreno de nuevo?… Por favor, papá, no me lo impidas.

–Ya sabes mi respuesta. Además, mañana es el día de la Gran ola; no puedes meterte en el agua.

Se refería a un fenómeno natural que ocurría una vez al año. Aquella ola no solo era inmensa, sino traicionera. No debían surfearla aquellos que no tuvieran demasiada experiencia.

–¿Me has entendido? –insistió su padre.

Miguel hizo un gesto afirmativo, pero, lleno de rabia, había decidido demostrarle que estaba más que preparado para competir.

A la mañana siguiente, muy temprano, el muchacho salió silenciosamente de su habitación, subió a su bicicleta con la tabla de surf y se acercó, pedaleando lo más rápido que pudo, a la playa.

Una vez allí se metió en el agua, para esperar a la Gran ola. Logró subirse en alguna que otra, pero sin hace ninguna proeza.

A medida que avanzaba la mañana, empezaron a llegar los surfistas que estaban preparados para aquel reto. Más de uno le dijo que volviera a la playa, pero Miguel hacía oídos sordos y no se movió. Hacia las doce aparecieron los medios de comunicación. A Miguel le remordió la conciencia descubrir a su padre entre la gente, pero prefirió mirar a otro lado.

De pronto, cambió la marea y con ella el oleaje, que de estar agitado empezó a calmarse. La corriente tiró de los surfistas mar adentro.

<<Ya está aquí>>, pensó Miguel, <<la Gran ola…>>.

Un murmullo se esparció entre los surfistas cuando, a lo lejos, divisaron la brillante montaña líquida que se les acercaba. Miguel se asustó, pues no tenía escapatoria.

<<¿Cómo he podido cometer esta locura?>>, se dijo. Y su mente viajó unos meses atrás, cuando ocurrió el accidente.

Fue un día nublado y ventoso. Miguel se había metido en el mar, sin que su padre le hubiera dado permiso. Después de un rato, la corriente lo arrastró hacia una zona rocosa. Estaba dispuesto a alejarse cuando vio que se formaba una ola que parecía idónea para surfearla, así que se olvidó de las rocas y se giró hacia la costa para empezar a remar. Una vez logró ponerse en pie, sintió que volaba, pero no vio las rocas hasta que fue demasiado tarde.

Despertó de sus ensoñaciones. Ya no podía echarse atrás, pues la Gran ola empezaba a elevarse, amenazante y transparente. Remó hacia la orilla junto a los demás surfistas hasta que, de pronto, la masa de agua ocultó la luz sobre su cabeza. Notó el empuje sobre su tabla y con un impulso se puso de pie. La rabia del mar amenazaba con tirarlo y el tubo se empezó a cerrar sobre él, lo que podría ser fatal, así que inclinó su cuerpo para salir a la superficie. Demasiado tarde; el peso del agua cayó sobre él y lo hundió hacia el fondo.

Peleó por salir a flote, pero un remolino y la presión no le dejaban. Con los trompicones, el agarradero de plástico que llevaba atado al tobillo se le soltó y perdió la tabla.

<<¡Papá!… ¡Ayúdame!…>>, le acució la angustia antes de desmayarse por la falta de oxígeno.

Cuando abrió los ojos tenía a su alrededor a mucha gente. Algunos llevaban instrumentos médicos. Supuso que eran del equipo de rescate, que lo había sacado a tierra.

–¡Es mi hijo!… –escuchó la voz de su padre–. Déjenme pasar.

El chico notó un fuerte golpe en la mejilla, y, a continuación, un abrazo.

–No vuelvas a hacer eso, ¿entendido? –le pidió su padre.

José María Olmedo del Campo
José María Olmedo del Campo

–Entendido –sollozó Miguel.

–Y, por cierto, enhorabuena… Has conseguido surfear la Gran ola.

–¿De verdad?

–Bueno –se sonrió–, casi, casi…

 

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