Diminutos
Diminutos

Diminutos de Jorge Buenestado. Ganador de la XVI edición www.excelencialiteraria.com

 

Tú y yo éramos diminutos en un mundo de gigantes.

Desde que nací, me habían recordado lo frágil que soy y me habían enseñado a tener cuidado, a no interponerme en el camino de los demás para que no me pisaran, porque podían hacerme mucho daño; con solo un empellón, me harían pedazos. Así aprendí a estar callado y me convertí en la persona que conociste. Taciturno, arrinconado, sin alzar la voz, tratando de no destacar. Acepté mi sitio: ser siempre pequeño y no hacerme notar. Me habían hecho creer que mi opinión no contaba. Y me lo creí.

Con el paso de los años, como no me gustaba hablar, me conformé con escuchar. Aprendí a enterarme de todo sin tomar parte. Al ser tan pequeñito, era fácil que pasara desapercibido. Era el modo por el que me acababa enterando de cosas que, tal vez, no debiera haber escuchado. Si me veían, nunca me tomaban en serio, pues me encontraban enfrascado con un libro o escuchando música, y se creían que yo estaba a otra cosa, en otro mundo, ajeno a los estímulos externos. Desconocían que quería saber más, por lo que era capaz de diversificar mi atención aunque hubiera varias conversaciones a la vez. Es divertido escuchar lo que se dice, cuando quienes hablan confían en que nadie los oye.

Muchos se reían de mí y me hacían sentir aún más pequeño, por lo que me acababa marchando del lugar aunque hubiera llegado allí antes que el resto. Pero con el tiempo empecé a dejar pasar los comentarios, aunque siguiera sintiéndome insignificante. Fue un día de esos cuando llegaste tú. No es lo sé explicar, pero antes de verte ya supe que eras como yo.

La primera vez te acercaste como atraída por un imán invisible. Empezamos a conocernos. Pronto nos dimos cuenta de que éramos similares, pues habíamos pasado por las mismas bromas pesadas, los mismos desaires y la misma soledad. Encajamos al instante, aunque entre nosotros hubiera una pequeña diferencia: yo, con el tiempo, había dejado de hablar, pues pensaba que mi voz estorbaba y no quería molestar a nadie. Así, casi nunca decía una palabra a no ser que se dirigieran a mí. Tú, por el contrario, al verte sola habías empezado a hablar contigo misma y desde entonces no habías acallado tu monólogo. Con los demás eras reservada, para que no se fijara en ti. Descubrí tu secreto: siempre estabas bosquejando historias, dibujando relatos con las palabras porque tenías la imaginación más viva que he conocido.

Jorge Buenestado
Jorge Buenestado

Con el tiempo nos hicimos cercanos. Tú hablabas y yo te escuchaba. Compartimos muchos momentos mágicos y creamos historias de gigantes y molinos, haciendo oídos sordos a las palabras necias de los demás, de los que aprendimos que sus opiniones no nos importan, porque solo hay que dar valor a las palabras que provienen del corazón de las personas queridas, no a las que brotan de las cabezas huecas. Fuimos creciendo juntos, descubriendo el mundo e inventando otros tantos, dejando atrás pequeñeces sin sentido.

De pronto, gracias a ti, comprendí que lo que define el tamaño de las personas es lo que vive en su interior. Y por eso, no he vuelto a ser diminuto.

 

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