Pentagrama

De Paula Maher, 15 años /Colegio Montealto (Madrid)

Las notas del piano se propagaron por la habitación -rompiendo ataduras, liberando sentimientos- como una onda expansiva.

Con el tintineo de las cucharillas de té y el carraspeo nervioso de la tía Ethel como acompañamiento, la joven pianista dibujó una melodía que estremeció los límites de la realidad, adentrando a los asistentes de la celebración en el misterioso laberinto de sus pensamientos.

Aquella música empujó a George a pedirle matrimonio a Margaret, provocó el llanto de la abuela y entrelazó las manos del señor y la señora Taylor, que habían tenido una pequeña desavenencia aquella misma tarde.

Sin embargo hubo quien pasó por alto la pieza, ejecutada de forma magistral, para centrar su atención en los delicados dedos que pulsaban las teclas. Se trataba del señor Salisbury. Con un cigarrillo entre los labios aguardó impaciente el momento en el que finalizó la música, dispuesto a averiguar el nombre de aquella  misteriosa debutante que no sólo se había presentado de improviso en su fiesta de cumpleaños sino que, además, osaba mostrarse indiferente a sus masculinos encantos.

Las razones por las que la dama se encontraba allí eran perfectamente justificables. Su madrina, Ethel Harris, tía del atractivo señor Salisbury, le había invitado a unirse a la fiesta con el propósito de deslumbrar a su círculo de amistades.

La anciana observaba con placer cómo su plan se cumplía con la rapidez de un chasquido de dedos. De hecho, su queridísimo sobrino observaba embelesado el recorrido de las manos de la joven.

La  popularidad de la que gozaba el señor Salisbury por todo Londres le convertía en el acompañante ideal para cualquier acontecimiento social. La vieja pretendía aprovecharse de ello para ayudar a su ahijada en un rápido ascenso social.

La pieza finalizó y se rompió el encantamiento. Los invitados bajaron forzosamente en la realidad, con la magia aún pintada en sus miradas. Enseguida rompieron en un torrente de aplausos.

Cuando el grupo se disolvió para conversar acerca del estado de las carreteras o los cambios de tiempo, el anfitrión se separó de la abuela, que le acababa de mencionar la belleza de su ahijada.

Salisbury se dirigió hacia la dama en cuestión, que no se había separado del piano, apabullada tras haberse convertido en el punto de mira. Al advertir la presencia del señor Salisbury, compuso una tímida sonrisa, retorciendo las manos en el regazo. Mientras tanto, él encendió con dedos expertos un nuevo cigarrillo, se lo colocó entre los labios y, con las manos en los bolsillos de sus pantalones, le preguntó:

-¿Cómo te llamas?

-Emma.

-Emma… -repitió con aire soñador, repasando las hermosas líneas del rostro de la joven, sus cejas elegantes, la nariz respingona y los labios carnosos. Le gustó su peinado: llevaba recogido el pelo, oscuro y ondulado.

Tomó una profunda calada de su cigarrillo y prosiguió:

Paula Maher
Paula Maher

-¿Te gustaría acompañarme a la fiesta de Año Nuevo de los Weston?

-No creo haber sido invitada -admitió ella avergonzada.

Salisbury, asomándose al interior de sus ojos, contestó con media sonrisa:

-Estoy seguro de que puedo conseguirte una invitación. De ser así… ¿vendrías?

-Será un placer.

Desde su sillón junto al fuego, la tía Ethel contuvo un carraspeo cuando vio a su sobrino tomar la mano de Emma. A continuación, la vieja dama escondió una sonrisa de triunfo en el último sorbo de su taza de té.

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