De Ana Santamaría. Ganadora de la XIII edición www.excelencialiteraria.com

 

–Venga, Ana; sal de ahí.

–Que no puedo salir.

–¿No puedes o no quieres?

–No puedo. Y déjame, por favor.

–¿Pero no te das cuenta de que afuera hay miles de cosas que te estás perdiendo?

–Prefiero estar protegida.

–¿Protegida?… ¿De qué? ¿De quién?

No hay respuesta.

–Ana, sal. Te necesitamos. 

–¿Quién me necesita?

–¡Todos! El mundo entero te necesita. Date cuenta de que lo que tú no hagas no podrá hacerlo nadie más. 

–Claro que hay otros que pueden. Yo no tengo nada de especial. Deja de intentar convencerme.

–Pero es que todo en ti es especial. No hay nadie que se ría tanto como tú, ni que cuente las historias de la manera en que tú lo haces. Nadie pone tanto esfuerzo en las cosas y nadie, absolutamente nadie, escucha como tú sabes hacerlo. 

–Nada de eso es esencial. Desde esta burbuja veo que el mundo sigue adelante aunque yo no esté.

–Pues claro que sigue adelante, pero no de la misma forma. Desde esa burbuja, por ejemplo, no has podido ver el amanecer tan bonito que hemos tenido esta mañana. Y te has perdido la ilusión de tu amiga porque le ha escrito ese chico que tanto le gusta y no has contemplado a tu abuela cuando salió a pasear ayer por la tarde.

–Bueno… Todo eso es pasado ya. ¿Qué más da que yo no lo haya visto?

–No entiendes nada… La anciana que siempre ibas a visitar al asilo, lleva sola todo el día. Y a esa compañera de tu clase que siempre está triste, le hacía falta tu abrazo. Por no hablar de tu padre, que agradecería una de tus sonrisas para compensar el duro día de trabajo. También tu hermano necesita que le preguntes cómo está. Todas estas cosas solo puedes hacerlas tú. Es más, si hubieses salido de esa maldita burbuja, estoy segura de que las habrías hecho.

Se produce un largo silencio. El mensaje va ablandando poco a poco el corazón de la chica.

–Pero si salgo, sufriré. Me harán daño y me decepcionarán. Habrá muchos días en los que me sentiré frustrada porque trataré de ayudar a personas que no querrán mi ayuda. Y lucharé por conseguir metas que nunca lograré alcanzar y sentiré que he perdido el tiempo con personas a las que no les importo. Me miraré al espejo con asco la mitad de los días y me resultará muy duro pelear contra mis bestias internas. ¿No ves que en mi burbuja no hay dolor?

–En efecto, en tu burbuja no hay dolor. Ni dolor, ni pasiones, ni alegría, ni ilusión, ni días maravillosos ni atardeceres bonitos. En tu burbuja no hay vida, Ana. La vida tiene muchísimas caras: confías en una persona que te acaba haciendo pedazos, pero recoges los trocitos que han quedado y te conviertes en alguien mucho más fuerte que, al día siguiente, dará todo por algo o por alguien que le importa de verdad, aunque quizá luego descubra que esa entrega es más difícil de lo que parecía. Pero el tiempo nunca se pierde cuando se invierte en aquello que nos apasiona. Puede que huyas del espejo, pero un día conseguirás mirar el reflejo de tus ojos y te gustará lo que ves: alguien que ama, aunque esto le suponga romperse de vez en cuando. Pero si te quedas sentadita dentro de esa burbuja, todo esto no lo podrás experimentar.

Se extiende un silencio aún más largo que el anterior. 

–Entonces, ¿crees que si salgo… merecerá la pena?

–Es lo que llevo diciéndote todo este tiempo.

–Pero tengo miedo.

–Vaya, al fin le has puesto un nombre a tu burbuja. 

Ana Santamaría

La chica toma un alfiler entre sus dedos. Un solo pinchazo y estará fuera.

–Rómpela, Ana. Estoy justo al otro lado para cogerte.

La chica no se lo piensa más. 

<<¡Chas!>>. 

Adiós al miedo. Ana está lista para vivir.

 

 

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